Artículo colectado de la publicación del Peridico HOY, de fecha 5 de junio 2006 por Luchy Placencia.
Elizardo Pérez Espinosa, modelo e inspiración de la industria farmacéutica dominicana
POR LUCHY PLACENCIA
El pequeño Elizardo tenía sólo diez años cuando, abrumado por la pobreza de sus vecinos, llevó a la quiebra la pequeña tienda miscelánea familiar, a fuerza de regalarles a escondidas alimento, vestuario y tejidos.
“Cada vez que me llegaba una persona diciéndome que no tenían la comida del día, yo se la proveía sin cobrarle un centavo. Si no tenía ropas o necesitaba telas, yo se las proporcionaba”, refiere.
Sus vivaces ojitos escrutaban –más allá de arroyos y cascadas, del cambrón y la guazábara, de las casuchas de tejamaní y del inmenso mar verdeazulado– la forma de colocar a su amada comunidad de Cachón, en Barahona, en la senda del desarrollo.
Por ello se convirtió en un profesional ético, en un empresario que disminuye sus ganancias en beneficio del pueblo, en un padre dedicado, en un filántropo que llevó a Cachón una escuela, un liceo, una biblioteca y un centro de cómputo; y en el fundador del Leonismo Dominicano, acreedor de los más altos méritos nacionales e internacionales.
La ética como estilo de vida
El hombre a quien las industrias farmacéuticas dominicana y panamericana le rindieran el más deferente de los homenajes, dedicándole el reciente Congreso Expofarma 2006, nació en 1924, en el hogar de los esposos Félix Pérez Amador y Adelina Espinosa de Pérez, campesinos que se codeaban de personas con preparación intelectual.
La muerte de su madre, cuando él tenía apenas 14 años, y la crisis financiera por la que atravesó la familia debido a las inundaciones del río Yaque del Sur, no amilanaron a Elizardo, quien obtuvo un doctorado en Farmacia y Ciencias Químicas en la Universidad de Santo Domingo, en 1951.
“Mis inicios fueron difíciles. Pero he mantenido en mi vida la verticalidad de no mentir ni dejar de cumplir mis promesas”, indica.
Con sus ahorros como ayudante en un laboratorio de Control de Calidad y el apoyo de su padre, el joven adquirió la Farmacia San Lázaro, ubicada en la calle Santomé No. 100, de Ciudad Nueva.
Sin dinero para abastecer su local, el profesional sureño se presentó ante los más afamados distribuidores de medicamentos de la época –Carlos Moya, Gilberto Marión-Landais y José Dolores Guerrero– quienes le extendieron crédito sin ningún tipo de garantías, impresionados por su porte gallardo y sinceridad. A todos les cumplió.
“Quizá el trabajo menos remunerado es el del zapatero remendón. Pero si ese zapatero remendón es serio, hace un trabajo bien hecho y cumple con sus plazos de entrega, puede sustentar a su familia decentemente. Sigo creyendo que si usted cumple, usted progresa. Si usted quiere engañar, no progresa. Esos son mis principios”, afirma.
En 1958, el profesional fundó la farmacia “María Adelina”, en el ensanche Ozama, e inició la representación de firmas extranjeras bajo el nombre de “Elizardo Pérez Espinosa, CxA. (ELIPESA)”, con la importación de medicamentos como Biokola Jarabe, Pulmotion Jarabe y Progestamina Inyectable.
“En su negocio fue importador, almacenista, visitador a médicos, vendedor, facturador, empacador y cobrador” refiere la doctora Milqueya Portes, y “agréguese a esto que no tenía carro”.
Como piensa que “el éxito de un hombre de trabajo es la seriedad con la que desarrolla su labor”, don Elizardo decidió reducir las ganancias que legalmente le correspondían, de un 40 a sólo un 25%, “para que las personas pobres pudieran adquirir sus medicamentos”.
Otra de sus decisiones éticas fue la de no vender al público un fármaco, a menos que éste contuviera todos y cada uno de los componentes que debía tener.
Y, además, resolvió no tomar préstamos, “pues soy enemigo del crédito, el crédito se lleva los beneficios”. Por eso construyó el local de su laboratorio “bloque a bloque”, en un solar de la zona industrial de Herrera comprado durante el gobierno de Joaquín Balaguer, en 1966.
En 1976, ELIPESA inició la producción nacional de medicamentos y, en 1986, se constituyó en una de las firmas fundadoras de la Asociación de Industrias Farmacéuticas Dominicanas (INFADOMI).
En el ínterin, don Elizardo tuvo cinco hijos, de los cuales falleció el mayor, Elizardo de Jesús. Los demás son Elizardo Iván, Elizabeth, María Adelina e Irving Elizardo Pérezespinosa, todos profesionales destacados. Su esposa es la señora Francia Polanco de Pérez, trabajadora infatigable, madre y compañera ejemplar.
No contento con levantar su propia familia, el empresario ayudó a 14 de sus 19 hermanos a hacerse profesionales; y actualmente hace lo propio con sus 17 nietos.
Un cachonero excepcional
Comunidad sureña con menos de dos mil habitantes, Cachón es el gran amor de don Elizardo. A su frondosa vegetación retorna una y otra vez, con los brazos llenos de aportes para el desarrollo.
Porque “un pueblo sin educación está condenado a la pobreza, al subdesarrollo y a sus consecuencias”, el hijo agradecido transformó, en 1992, su casa natal en una escuela de cuatro aulas que lleva el nombre de su madre, Adelina Espinosa de Pérez, en la cual se imparte costura, mecanografía y educación primaria. En el mismo local funciona un liceo.
En el segundo piso de un club instaló, en 1994, la biblioteca Félix Pérez Amador, en honor a su padre, la cual se ha convertido en un éxito de asistencia, “a pesar de que muchos dijeron que a la gente de Cachón lo que le gusta es bailar”, rememora el farmacéutico.
También mantiene un programa de entrega gratuita de equipos médicos, especialmente desfibriladores, a hospitales públicos.
Como señala Milqueya Portes, “don Elizardo ha donado a Cachón libros, pupitres, máquinas de coser. Sus donaciones son constantes. La más reciente de ellas se enmarca en el ámbito de la tecnología, al dotar a la escuela de un laboratorio de computadoras para los estudiantes de su patria chica”.
Al inaugurar la biblioteca y el laboratorio informático, en septiembre pasado, don Elizardo advirtió a los jóvenes de Cachón que la falta de preparación técnica y profesional acarrea desempleo, baja calidad de vida, delincuencia, carencia de valores y despotismo.
Los libros que integran ese reservorio cultural son los de su biblioteca personal, enriquecida gracias a la invitación que hizo el empresario a sus amistades cuando cumplió 80 años: “Si quieres hacerme un obsequio, que sea un libro para la biblioteca de Cachón”. Su iniciativa se transformó en cientos de volúmenes.
La siembra de este trabajador está dando frutos: cada vez más cachoneros se inscriben y se gradúan en las universidades de todo el país, especialmente en la extensión de la UASD en Barahona. “Hay un deseo de la juventud de estudiar y progresar”, sentencia.
Don Elizardo es también el único León dominicano en recibir el galardón como “Embajador de Buena Voluntad”, de entre una selección de un millón 400 mil Leones en todo el mundo. Sólo otras cuatro personas han obtenido la presea a lo largo de la historia.
Parte de su legado son la lucha por la colegiación farmacéutica, la elevación del nivel profesional del sector, el “Día del Farmacéutico” y sus esfuerzos científicos, gremiales y económicos al frente de la Asociación Farmacéutica Dominicana.
Don Elizardo es un titán que continúa escribiendo gloriosas páginas en la farmacéutica criolla, en el Leonismo y, sobre todo, preparando a la comunidad de Cachón para ese futuro promisorio que le sueña desde que comenzara a regalar a los pobres la tienda de sus padres, hace 72 años.